Los acontecimientos internacionales que actualmente se están desarrollando en el mundo no invitan precisamente al optimismo. Estados Unidos y sus títeres europeos parecen estar dispuestos a crear el caos más absoluto para intentar salvar sus decadentes economías y revertir su pérdida de influencia global frente a las nuevas potencias emergentes. En regiones como Oriente Medio o África la «guerra contra el terrorismo» sirve de excusa para colonizar países y derrocar gobiernos que no se someten a sus intereses económicos. Para lograr sus objetivos financian a los mismos grupos de terroristas yihadistas (incluida Al-Qaeda) a los que cínicamente dicen combatir. En otras regiones como América Latina la excusa más habitual para extender su hegemonía es la defensa de los «derechos humanos» o la «democracia», y para ello financian a toda clase de grupos opositores, ya sean partidos políticos, organizaciones «humanitarias», o directamente a mercenarios y paramilitares como estamos comprobando en Venezuela en estos momentos.
En España no irrumpe ningún partido de extrema derecha de forma significativa porque este sector social se siente bien representado por las políticas del Partido Popular en el gobierno, aunque hay algunas excepciones como la creación de VOX, o la coalición «La España en Marcha» que agrupa a cuatro organizaciones fascistas, o la ya asentada Plataforma per Catalunya, que cuenta con 67 concejales en diferentes ayuntamientos. Pero en cualquier caso estos partidos serán irrelevantes desde un punto de vista electoral en estas europeas. Sin embargo esa extrema derecha fascista sí está peligrosamente en la calle (también en las instituciones), tratando de infiltrarse en diferentes organizaciones sociales, universitarias, políticas, incluso militares, y apareció con mucha claridad por última vez en la manifestación de las Marchas del 22M («La Bandera Negra») para hacerle el trabajo sucio al régimen, primero tratando de dividir y distraer a las organizaciones y movimientos sociales convocantes y después causando disturbios que sirvieron para desviar la atención mediática hacia esos disturbios y para justificar la desmesurada presencia policial y la represión que se producirá sin duda en las movilizaciones similares que tengan lugar de aquí en adelante.
Este ascenso político de la extrema derecha europea, obedece a que las clases trabajadoras y demás víctimas del neoliberalismo no encuentran referentes entre las organizaciones clásicas de la izquierda. En realidad ven a los sindicatos mayoritarios y a los partidos de izquierdas como parte del problema. En ocasiones no encuentran diferencias entre unos discursos y otros. Y en esa mezcla de indignación, apatía política, falta de conciencia de clase, desinformación, pobreza,… el fascismo se desenvuelve como pez en el agua. La extrema derecha se está apoderando del discurso que supuestamente debería corresponder a los partidos de izquierdas y sindicatos de clase. Por ejemplo, el Frente Nacional francés liderado por Marine Le Pen, que está creciendo de manera espectacular, fundamenta su discurso no sólo en su ataque brutal contra los inmigrantes a los que acusa falazmente de la precariedad laboral y el alto desempleo en Francia, sino que sus discursos van dirigidos contra el «capitalismo salvaje», «la Europa ultra-liberal», «los destrozos de la globalización», o el «imperialismo económico de EE.UU», también es el único partido que utiliza explícitamente el término «clase trabajadora» y pide «la salida del Euro» de Francia, nada más y nada menos. Este abanico de críticas y propuestas – cargadas de cinismo y falsedad por su parte – están calando entre las clases trabajadoras francesas. Incluso el diario español ABC, aún reconociendo que el FN es un partido de extrema derecha, define a Marine Le Pen como «la líder del primer partido obrero francés» (ABC,- 30/3/2014). En plena campaña electoral en 2011 Dolores de Cospedal también tuvo la desfachatez de definir al PP como «el partido de los trabajadores» y de ponerse el pañuelo palestino al cuello.
En España ningún partido de los llamados de izquierdas o progresistas con cierta repercusión propone abiertamente salir del Euro, ni hablan de la globalización, del imperialismo, ni de la situación en Ucrania, Siria o Venezuela, o incluso del Tratado de Libre Comercio EE.UU-UE. Es incompresible cómo en unas elecciones de carácter europeo – o también en unas generales – no se esté hablando de geopolítica, del contexto internacional en el que se están desarrollando unos acontecimientos que nos afectan directamente. El discurso de la izquierda (llámese IU, Podemos,.. o RED, Partido X,.. o como se quiera) carece de toda credibilidad desde el momento en el que sus planteamientos se presentan ante los ciudadanos como hechos o problemas desligados de los acontecimientos internacionales y de los poderes y fuerzas políticas, económicas, jurídicas, etc. mundiales que limitan la capacidad de actuación de los Estados y gobiernos como el español. Disociar la dinámica interna de la dinámica externa es engañarse y engañar a los ciudadanos (leer artículo «Elecciones Europeas: de lo que no hablan los partidos de izquierdas y otros proyectos progresistas«,- El Mirador).
Capitalismo, neoliberalismo, imperialismo, globalización, y fascismo forman un todo indivisible, son conceptos complementarios e inseparables. Todos ellos son herramientas o instrumentos a través de los cuales el poder económico-financiero desarrolla la explotación de unas clases sociales sobre otras y de unas potencias sobre los pueblos que pretenden ser soberanos. Cuando aquellos mecanismos más sutiles de sometimiento y explotación – políticos, jurídicos, económicos, mediáticos, culturales,.. – no dan los resultados esperados, las oligarquías dominantes no dudan en recurrir al fascismo más sanguinario y criminal o incluso a la guerra directa contra los pueblos que quieren ser libres. Esto es lo que está ocurriendo en Ucrania, en Siria o en Venezuela, entre otros muchos lugares. En Ucrania no existe un conflicto entre «pro-europeos» y «pro-rusos», o entre «el gobierno ucraniano» y los «separatistas», como nos los presentan de forma sesgada los medios corporativos. El origen del conflicto no está en un repentino ataque de nacionalismo separatista de los ciudadanos del sureste ucraniano, sino en el golpe de Estado apoyado por occidente que propició la llegada de los fascistas neonazis al gobierno de Kiev. Existe un conflicto entre los fascistas neonazis en el gobierno que pretenden llevar a cabo una «purga» en el país y los ciudadanos que quieren defenderse de la barbarie y ser soberanos frente a ellos y sus patrocinadores neoliberales occidentales. El conflicto está entre la junta golpista civil-militar de Kiev y los demócratas antifascistas del sureste de Ucrania, principalmente.
El fascismo no es un fenómeno del pasado. Vivimos bajo el fascismo económico – en forma de deuda soberana, tratados europeos, especulación financiera, etc. – impuesto a través de las instituciones «democráticas» supranacionales, o en su defecto a través de la «democracia» impuesta por la OTAN. Pero además ahora reaparece en su faceta más clásica y reconocible el fascismo más burdo, reaccionario y criminal a las calles europeas. El fascismo reaparece como método para neutralizar al pueblo trabajador organizado en los momentos que lucha por sus derechos y su emancipación y cuando existe o puede surgir una amenaza de transformación real de las estructuras de poder. La historia, cuando se celebran 69 años de la victoria del ejército ruso contra los nazis, parece querer repetirse en Europa. En España hoy, al contrario que en otros tiempos de lucha antifranquista, el «movimiento obrero» como tal no existe, las clases trabajadoras están desunidas, desorganizadas, desclasadas, poseídas por el demonio del consumismo y una mentalidad neoliberal e individualista, y con unos sindicatos mayoritarios y una parte de la izquierda que han renunciado a la lucha de clases y a sus principios más elementales, como su carácter Internacionalista.
Hoy el fascismo está siendo promocionado por las grandes corporaciones (también las españolas: IBEX 35) y la burocracia internacional que parasita las instituciones políticas y económicas mundiales. Y parece ser que ante esto hay una parte importante de la «izquierda» que prefiere no enterarse. El sindicalista, político, candidato, periodista, intelectual… que hoy en día no esté condenando y luchando contra el imperialismo occidental y los asesinatos fascistas en Ucrania y otras partes del mundo es también cómplice de los criminales.