China es la principal potencia económica mundial en torno a la cual giran todas las estrategias geopolíticas de los demás países y regiones del mundo, especialmente desde EE.UU. y Europa. Su alianza integral con Rusia – ambos miembros y líderes de los BRICS – está quebrando el viejo Orden Mundial unipolar implantado tras la Segunda Guerra Mundial y removiendo los cimientos donde se asientan desde hace décadas los centros del poder económico mundial [1]. El viejo eje político-financiero de influencia global EE.UU.-Unión Europea ha cedido su protagonismo al nuevo eje eurasiático Rusia-China. Lo visto en el último Foro Económico de Davos (2017) confirma esta realidad y ha evidenciado que China es ahora el máximo exponente de la Globalización y el Libre Comercio mundial, desplazando a EE.UU. de esa posición ahora que su nuevo presidente parece apuntar en otra dirección.
La llegada de Donald Trump a la presidencia, así como la salida de Reino Unido de la UE tras el Brexit (apoyado por la Corona británica y la City de Londres [2]) o la derrota de la OTAN-CCG y sus terroristas en Siria, son acontecimientos que aceleran y confirman el fin de esa hegemonía unipolar de EE.UU. y la llegada de ese nuevo Orden Mundial multipolar donde las potencias Occidentales ya no tienen la última palabra. Esto a su vez explicaría la peligrosa escalada militar de la OTAN en el este de Europa [3] y el despliegue militar estadounidense en el Mar de la China Meridional [4], o el incremento de las sanciones contra Rusia y los desesperados ataques mediáticos lanzados contra Putin y contra el propio Donald Trump que estamos viviendo en las últimas semanas.
El nuevo presidente de Estados Unidos pretende establecer nuevas relaciones con Rusia y alcanzar acuerdos que rebajen la tensión entre ambos países. Esto, supuestamente, significa que se eliminarían las sanciones económicas y la escalada militar contra Rusia. En varias ocasiones Trump ha dejado claro que su intención en política exterior pasa por abandonar los «cambios de régimen» impulsados por las gobiernos imperialistas anteriores, para centrarse en el desarrollo de la infraestructura interna de su país. Nada negativo que decir ante esta declaración de principios, sin duda. Pero ni Donald Trump es el nuevo Fidel Castro ni las grandes corporaciones que están detrás de él (Goldman Sachs, Exxon-Mobil, General Dynamics, etc.) han sufrido un repentino ataque de humanismo y de ética antibelicista. Más bien su llamada al diálogo y al acuerdo con Rusia esconde una estrategia encaminada a debilitar y aislar a China.
EE.UU. sufre un insostenible déficit comercial con respecto a China. En los últimos 10 años ese déficit comercial se ha multiplicado hasta representar casi la mitad de todo el déficit comercial de EE.UU. China, además, posee un 15% de deuda pública de EE.UU. La consecuencia directa de esta llegada masiva de productos fabricados en China es la deslocalización de miles de empresas estadounidenses en los últimos años, cuyas desastrosas consecuencias para las clases trabajadoras propiciaron posteriormente la victoria electoral de un astuto Donald Trump que comprendió dónde estaba el problema y cuál era el mensaje que debía enviar a esos trabajadores y desempleados víctimas de la globalización capitalista. Este déficit comercial y el aumento de la deuda externa, unido a una previsible subida de los tipos de interés de los bonos públicos por parte de la Reserva Federal, pone en serio peligro la estabilidad del Dólar y de la economía de EE.UU. Estos y otros factores explican, en parte, porqué China está en el punto de mira del nuevo gobierno estadounidense [5].
Donald Trump necesita frenar el crecimiento y la expansión de China, que ha desplazado a EE.UU. como la primera potencia comercial y económica mundial y paradigma del Libre Comercio y la Globalización capitalista. Y para ello Trump pretende utilizar a Rusia, separándola de China y quebrando el bloque político-económico euroasiático que ambos lideran. Esta parece una tarea surrealista si observamos los fuertes lazos que unen a Rusia con China, pero la situación de debilidad de EE.UU. no le permite evaluar muchas más opciones, salvo que recurra a la fuerza militar que nos conduciría a una Tercera Guerra Mundial. Descartada esta opción tras la derrota de Hillary Clinton, el equipo de Trump intentará a través de las negociaciones con Moscú acercar a Rusia a su terreno, siguiendo una estrategia opuesta a la seguida por Obama que fue un fracaso.
¿Y qué puede ofrecer EE.UU. a Rusia para tratar de persuadirlo y que traicione sus compromisos con China?
En primer lugar, el nuevo gobierno de EE.UU. podría ofrecer a Rusia un acuerdo para luchar realmente contra el terrorismo yihadista (y no seguir apoyando al terrorismo como se ha hecho hasta ahora desde Washington), algo que Trump ya declaró en varias ocasiones. También un acuerdo de no injerencia en Siria respetando la soberanía del país, lo que se traduce en aceptar la legitimidad de Bashar de Al Assad como presidente del país. Además podría rebajar la tensión en el este de Ucrania, forzando al régimen de Kiev al cumplimiento de los acuerdos de Minsk, así como el reconocimiento de Crimea como parte legítima de Rusia. Se podría esperar también un retroceso de la escalada militar de la OTAN frente a sus fronteras. Y por supuesto eliminar las sanciones económicas, comerciales y financieras, que en lugar de aislar a Rusia incentivaron la implementación de acuerdos de Moscú con otras naciones y regiones euroasiáticas, fortaleciendo así su relación con China y su influencia en Eurasia. Como ejemplo de ello, el hecho de que la República Islámica de Irán se vaya a incorporar a la Organización de Cooperación de Shanghái (India y Pakistán también han decidido incorporarse próximamente a la OCS). China- Rusia-Irán forman actualmente un eje estratégico (bajo la nueva «Ruta de la Seda» [6]) que trae de cabeza a los poderes económicos y políticos occidentales. Incluso Rusia e Irán estarían pensando en abandonar el Dólar para realizar sus operaciones comerciales, algo a lo que sin duda se uniría China. La amenaza de sanciones por parte de Washington y sus lacayos ya no asusta a nadie; son un arma de doble filo que puede volverse contra ellos mismos.
Rusia es una potencia mundial de primer orden a todos los niveles. Es un Estado soberano que sigue una política independiente en función de sus intereses, y que es capaz de frenar el poderío militar, político, institucional y mediático de EE.UU., como acaba de demostrar en Siria. Resulta impensable que sus dirigentes puedan caer en esa trampa de Washington. Sin embargo el establishment estadounidense lleva meses trabajando en esta tarea. El 17 de abril de 2016 el influyente exconsejero de Seguridad Nacional y asesor político de las élites imperialistas, Zbigniew Brzezinski, publicó un esclarecedor artículo titulado «Hacia un realineamiento global» (Toward a Global Realignment,- The American Interest, 17/4/2016) donde reconocía y aceptaba resignadamente que EE.UU., a pesar de seguir siendo «la potencia mundial más poderosa», ya no representaba «el poder imperial global» de antaño (al contrario de lo que él mismo había teorizado años atrás) y llamaba a reorientar la estrategia imperialista hacia un acercamiento a Rusia y China para no perder el tren de Eurasia.
El nuevo gabinete de Donald Trump y el resto de miembros de su equipo de asesores parecen elegidos especialmente para implementar esta agenda de conquista euroasiática. Y por encima de todos ellos, otro viejo criminal de guante blanco ejerce su poder de influencia en la sombra: Henry Kissinger, que en 2016 viajó a Moscú y Pekín y mantiene buenas relaciones personales con Putin y Xi Jinping. Algunos medios y analistas geopolíticos (como F. William Engdahl [7] o Pepe Escobar [8]) lo señalan como el principal asesor «no oficial» de Donald Trump en esta materia, y el responsable de la elección de algunos miembros destacados del gobierno de Trump, como el Secretario de Estado Rex Tillerson (vinculado a Exxon Mobil), o el Secretario de Defensa James Mattis, entre otros.
Y tengamos en cuenta que decir Kissinger es decir Rockefeller, la poderosa familia de banqueros globalistas-neoliberales (fundadores de Exxon Mobil, precisamente) que han estado ligados a él desde sus inicios políticos. Su objetivo siempre ha sido imponer un «gobierno mundial» que estuviese dirigido por una élite financiera occidental que tomara las decisiones por encima de los gobiernos nacionales o los Estados-nación. Si analizamos en qué consisten las políticas neoliberales y vemos cómo en las últimas décadas los Estados y sus gobiernos, especialmente en Europa, han ido perdiendo soberanía frente a otras instituciones supranacionales (como la Troika, por ejemplo) nos daremos cuenta de que el objetivo de la Globalización y el libre mercado que ellos promueven – y tan defendido por la «izquierda progresista» también – era precisamente el de desarmar y vaciar a los Estados para sustituir su soberanía por la de un «gobierno mundial» que buscan imponer las élites financieras pensando en sus intereses privados.
Ahora parece que han cambiado la estrategia a seguir, pero sus objetivos de dominación global siguen siendo los mismos. Los hechos indican que el capitalismo occidental (EE.UU., Reino Unido, Alemania) mira desesperadamente a Eurasia como un gigantesco espacio imprescindible para poder expandirse y desarrollar sus negocios, sobretodo tras la «crisis económica» de 2008 que se ha convertido en crisis perpetua del sistema. En realidad esta visión estratégica no es nueva. Hace casi 20 años, el citado anteriormente Zbigniew Brzezinski, en su libro «El Gran Tablero Mundial», ya escribió lo siguiente:
Para Estados Unidos, el premio geopolítico es Eurasia. (…). Eurasia es el continente más grande del mundo y es geopolíticamente axial. Un poder que domine Eurasia controlaría dos de las tres regiones más avanzadas y económicamente más productivas del mundo. El 75 por ciento de las personas en el mundo viven en Eurasia, y la mayor parte de la riqueza física del mundo está allí también, tanto en sus empresas y debajo de su suelo. Eurasia representa el 60 por ciento del PNB mundial y cerca de tres cuartas partes de los recursos energéticos conocidos del mundo». [9]
Para dominar esa gigantesca parte del planeta es necesario romper las actuales estructuras políticas, financieras, comerciales, económicas y militares trazadas por China y Rusia y el resto de aliados, que son ahora quienes expanden su poder de influencia en Eurasia y cohesionan sus agendas e intereses al margen de EE.UU. El mundo que ellos diseñaron con la intención de dominarlo en exclusiva (bajo la fórmula de un único «gobierno mundial») se ha derrumbado ante sus pies. Su modelo de globalización capitalista se ha vuelto contra ellos mismos. Ahora intentan recomponer el «gran tablero mundial», pero parece que los globalizadores-neoliberales llegan demasiado tarde a la cita.
Ante este guerra inter-capitalista por el poder mundial que estamos viviendo, la Unión Europea se muestra una vez más fracturada, entre aquellos que se resisten a aceptar los cambios inevitables que anuncian el nuevo Orden Mundial, y aquellos otros poderes fácticos que se están realineando para salir ganando con el cambio. El Reino Unido parece que ha tomado ese camino eurasiático tras el Brexit. Alemania también está dando pasos para emanciparse de EE.UU. y buscar mercados y aliados estratégicos en Eurasia, sobretodo después de que el Tratado de Libre Comercio EE.UU-UE haya fracasado y de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Se habla incluso de un nuevo eje Pekín-Moscú-Berlín.
Entre tanto, los empresarios e industriales alemanes ya se han percatado de una nueva realidad: del mismo modo que el mercado final de los productos made-in-China que circularán por las futuras nuevas rutas de la seda será Europa, una circulación en sentido inverso es asimismo evidente. En un posible futuro comercial, China está destinada a convertirse en el principal socio comercial de Alemania para 2018, por delante tanto de EE.UU. como de Francia. [10]
¿Y cuál es el papel de España ante este cambio geopolítico histórico? Ninguno. ¿Y qué dice y hace la «izquierda parlamentaria» y los «medios progresistas» españoles? Pues manifestarse a favor de la Globalización, del Libre Mercado y de las guerras «humanitarias» de la mano de los globalistas-neoliberales encabezados por Hillary Clinton. El panorama institucional y mediático es desolador desde el punto de vista ideológico. La izquierda como tal ha dejado de existir.
Hoy está de plena actualidad aquella vieja estrategia descrita por el geógrafo y político británico Halford John Mackinder en 1904: «Quien domine Europa del Este controlará el Corazón Continental; quien domine el Corazón Continental controlará la Isla Mundial; quien domine la Isla Mundial controlará el mundo».
Será apasionante observar cómo se desarrollan los acontecimientos geopolíticos en los próximos meses. No en vano, nuestro futuro como sociedad y como país depende en buen medida de cómo se resuelva toda esta guerra geoestratégica mundial.
REFERENCIAS – NOTAS
[1] Los movimientos de China y Rusia acotan, aún más, a Occidente,- artículo del periodista y politólogo Alberto Cruz (CEPRID, 13/12/2016)
[2] El Brexit redistribuye las cartas de la geopolítica mundial, artículo de Thierry Meyssan (Red Voltaire, 27/6/2016)
[3] Video: Military Press Briefing by US and NATO Generals: We’re Ready for War with Russia…,- informe de Michel Chossudovsky (Global Research, 14/1/2017)
[4] Mar de China Meridional: ¿Qué busca EE.UU. allí? ¿Hay peligro de confrontación?,- Gabriel Fernández para La Señal Medios (Annur TV, 19/1/2017)
[5] ¿Porqué la política exterior de Trump anuncia una guerra económica con China ?,- análisis de John Weeks, profesor de la Escuela de Economía de Asia y África de la Universidad de Londres (publicado en la web Salir del Euro, 7/1/2017)
[6] The Iran-Russia-China Strategic Triangle,- artículo del historiador, economista y periodista independiente F. William Engdahl (New Eastern Outlook, 21/11/2016)
[7] Is Trump the Back Door Man for Henry A. Kissinger & Co?,- F. William Engdahl (New Eastern Outlook, 9/1/2017)
[8] Trump will try to smash the China-Russia-Iran triangle … here’s why he will fail,- artículo del analista geopolítico Pepe Escobar (South China Morning Post, 22/1/2017)
[9] El gran tablero mundial roto: Brzezinski renuncia al imperio,- artículo del analista internacional Mike Whitney (Sin Permiso, 31/8/2016)
[10] ¿Pueden China y Rusia echar a Washington a empujones de Eurasia?,- artículo del analista y corresponsal Pepe Escobar para Tom Dispatch (publicado en español por la web Rebelión.org., 9/10/2014)
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