Ante el fracaso de la estrategia terrorista de la coalición OTAN/CCG en Siria, unido al consiguiente fortalecimiento del gobierno «pro-iraní» y «pro-ruso» de Irak, así como la derrota todavía no declarada en Yemen (donde la división del país entre el Norte y el Sur parece inevitable, dejando a Arabia Saudí fuera de juego), el foco de la guerra asimétrica del imperialismo estadounidense/occidental se desvía ahora hacia Afganistán, donde Estados Unidos pierde territorio cada día frente a los «talibanes» y ve cómo China y Rusia junto a Pakistán estrechan sus lazos con Kabul y con los propios talibanes en un intento de pacificar y estabilizar el país.
Esta pérdida de influencia sobre el terreno ha obligado a Estados Unidos a replantear su guerra geoestratégica contra China, Rusia e Irán en Asia Central. Esto incluye el traslado de muchos de sus «yihadistas de infantería» desde Siria e Irak hacia Afganistán para impedir la estabilidad regional y las alianzas geopolíticas que se están creando entre sus enemigos declarados. La nueva estrategia presentada por Donald Trump para «el sur de Asia» se traducirá además en un gigantesco despliegue de medios humanos y materiales para Afganistán [1], que es justo lo contrario de lo que prometió hacer Trump cuando era candidato a la presidencia.
Los militares estadounidenses allí desplegados dispondrán ahora de más tropas, más aviones, más misiles, más bombas, más armas y más logística que nunca antes desde la invasión del país en octubre de 2001. Los altos mandos militares se muestran públicamente muy entusiasmados ante este nuevo escenario que se abre, y mucho más sabiendo que ahora tienen «plena autoridad» por parte de la Casa Blanca para realizar los ataques que consideren necesarios sobre el terreno sin necesidad de autorización previa.
Aunque no todos desde el imperio se muestran tan optimistas, como por ejemplo la corresponsal del New York Times en el Pentágono, la laureada Helene Cooper, quien reconoce en uno de sus informes publicado el pasado 29 de enero que «la victoria sigue siendo difícil de alcanzar en Afganistán«. Realmente no le faltan motivos a los voceros del imperio para el pesimismo: «alrededor de 15 millones de personas – la mitad de la población afgana – viven en áreas controladas por el Talibán», según se recoge en una investigación de la BBC llevada a cabo entre el 23 de agosto y el 21 de noviembre de 2017, donde además se añade que los talibanes «amenazan el 70% del territorio de Afganistán».
Estados Unidos necesita poner toda su energía en Afganistán para tratar de romper la alianza estratégica entre Irán y Pakistán y a su vez impedir la colaboración de ambos con Kabul (por ejemplo en la lucha contra el terrorismo), y obstaculizar las relaciones de todos ellos con Rusia y China e impedir que la India caiga en la tentación de unirse definitivamente al «mundo multipolar», como ha hecho también la ambivalente Turquía de Erdogan.
[Leer también: Escalada militar y expansión del yihadismo contra Rusia y China,- Mirador Global, 21/4/2017]
En respuesta a esta ambiciosa maniobra geoestratégica estadounidense, Pekín se dispone a construir una base militar en el Corredor de Wakhan [2], un complicado paso montañoso que une el noreste de Afganistán con la región de Xinjiang en el noroeste de China. A corto plazo, con su presencia militar Pekín pretende evitar la entrada en su territorio de los terroristas procedentes de Afganistán y cortar su posible comunicación con los yihadistas uigures chinos, principalmente los del Movimiento Islámico del Turquestán Oriental, muchos de los cuáles combatieron en Siria en Irak en los últimos años.
Más a medio plazo, China necesita estabilizar Afganistán para poder desarrollar con un mínimo de seguridad sus grandes inversiones estratégicas no sólo en dicho país sino en todo Asia Central dentro del marco de la Nueva Ruta de la Seda, como por ejemplo el Corredor Económico China-Pakistán (CECP). Con esta enorme inversión (que incluye oleoductos y gasoductos, carreteras, líneas ferroviarias, puertos, plantas eléctricas…) China pretende atravesar el territorio pakistaní desde la región china de Xinjiang hasta llegar al puerto de Gwadar, en el sur de Pakistán, algo que ofrecerá a China una salida directa al Mar Arábigo y evitará así la ruta marítima que atraviesa el Estrecho de Malaca (por donde pasa el 80% del petróleo que China importa de África y Oriente Medio) donde Estados Unidos podría obstaculizar su paso durante un eventual (y previsible) enfrentamiento con Pekín [3].
[Leer también: Pakistán entra en el Círculo Dorado euroasiático,- Mirador Global, 16/1/2018]
De hecho China ya anunció anteriormente la instalación de otra base militar en la región de Balochistán, al suroeste de Pakistán, para tratar de proteger sus inversiones en el estratégico puerto de Gwadar [4]. La seguridad y estabilidad de Pakistán y de Afganistán están estrechamente vinculadas entre si.
La intención de fondo de Pekín es integrar a un Afganistán en relativa paz en su megaproyecto de infraestructura euroasiático; en este sentido Afganistán fue aceptado como miembro permanente del «Banco Asiático de Inversión en Infraestructura» en 2017, y esto después de que en mayo de 2016 Kabul y Pekín firmaran un «Memorando de Entendimiento» en diversas áreas dentro del marco de la Nueva Ruta de la Seda (también llamada «Iniciativa del Cinturón y la Ruta»). Y para ello China cuenta con la complicidad de Rusia, Irán, Pakistán, y de las autoridades de Kabul y de la mayoría de los talibanes y grupos tribales dentro de Afganistán.
Existe tanto a nivel interno y como regional un consenso general sobre la necesidad de pacificar y reconstruir la infraestructura tanto física como social del país después de tantos años de guerra y terrorismo.
China y Rusia son vistos como unos mediadores «imparciales» en el conflicto y su implicación en Afganistán (diplomática y militar) parece ser aceptada por todas las partes; a diferencia de lo que ocurre con Estados Unidos cuya presencia en el país es ampliamente rechazada ya que busca la obstrucción de cualquier posibilidad de alcanzar un acuerdo de paz. No existe ningún proyecto viable de paz, reconstrucción y desarrollo para Afganistán liderado por Estados Unidos. Esto es un hecho que cada vez se hace más evidente y es así percibido incluso por sus antiguos «aliados», incluido el gobierno títere de Kabul que cada día está más debilitado pese al apoyo occidental.
En este sentido, a través de una carta dirigida «al pueblo y a los congresistas de Estados Unidos» recientemente, los talibanes expresaron su disposición a iniciar un diálogo directo con Washington, a quienes considera los verdaderos dirigentes del gobierno de Kabul, para tratar de alcanzar un acuerdo político en Afganistán. Su «única» condición es que Estados Unidos termine con la ocupación militar del país.
«Los talibanes recordaron al pueblo estadounidense que sus líderes habían impuesto un «régimen corrupto» en Afganistán. «Son el número uno internacional en corrupción administrativa y financiera y el número uno internacional en usurpar tierras y malversar ayuda internacional». (…) los talibanes han invitado al senador republicano Rand Paul a visitar su oficina política en Qatar para iniciar conversaciones, días después de que la oficina talibán dijera que habían mantenido una serie de conversaciones con Pakistán, China, Qatar y varios países más para discutir las perspectivas de un acuerdo político». [Pakistán News Service, 15/2/2018]
Inicialmente el gobierno de Kabul respondió a esta declaración reconociendo que «los talibanes forman parte del tejido social de Afganistán y defienden la nacionalidad del país«, que es una forma indirecta de afirmar que la única solución para Afganistán pasa irremediablemente por alcanzar un acuerdo político con los talibanes, tal y como le han trasmitido desde Kabul a los altos funcionarios estadounidenses con sede en Afganistán.
Tal es así que el pasado miércoles 28 de febrero el presidente afgano Ashraf Ghani ofreció a los talibanes (el Talibán) la posibilidad de reconocerlos como un partido político legítimo, así como la liberación de todos sus miembros encarcelados, proporcionarles pasaportes y visados para ellos y sus familias, o incluso una reforma de la Constitución como parte de un profundo y amplio plan de paz para Afganistán que el presidente pretende iniciar «sin condiciones previas«. Este parece ser un paso histórico y esperanzador para el futuro del país.
Pero, a la vista de los acontecimientos citados al inicio de este artículo, es poco probable que Estados Unidos apoye un acuerdo de paz definitivo y ponga fin a la ocupación afgana, puesto que sus intereses y pretensiones en el país van precisamente en la dirección contraria [5]. Siguen instalados en la idea de que los talibanes deben ser derrotados antes de iniciar cualquier tipo de negociación. Obviamente este discurso está fuera de la realidad y sólo es un pretexto para eternizar la guerra y justificar su despliegue militar.
Si bajo el liderazgo euroasiático se lograra la paz en Afganistán… Estados Unidos tendría que poner fin a su ocupación puesto que ya no habría «enemigo oficial» al que derrotar. Si la Organización de Cooperación de Shanghái llegara a garantizar la seguridad de Asia Central… la OTAN ya no sería necesaria en la región. Parece claro a quién beneficia la paz y quién está interesado en seguir promoviendo la guerra y el terrorismo.
«Washington está preocupado por el «retorno» de Rusia a Afganistán. Estados Unidos teme que Rusia pueda crear otra «Siria» en Afganistán al apresurar la guerra hacia un final definitivo y borrar al Estado Islámico del Hindu Kush y de Asia Central, algo que, por supuesto, privaría a Occidente de su única «razón de ser» para mantener su presencia militar en Afganistán». [6]
Afganistán es un punto clave en la geopolítica mundial actual (incluido una guerra de intereses por el mercado regional del Gas [7]). Geográficamente se encuentra «encerrado» entre Irán, Pakistán, China, Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán. Es decir, rodeado de países miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái (excepto Turkmenistán) y alineados con el «multipolarismo». Afganistán es miembro observador de la OCS y aspira a ser miembro de pleno derecho próximamente. Lograr la estabilidad de Afganistán se considera un asunto prioritario euroasiático que debe resolverse en el marco de la OCS (militar/seguridad) y bajo el liderazgo político y diplomático de China y Rusia, lejos de la influencia de la OTAN. No en vano existe una comisión dentro de la organización que se denomina «Grupo de Contacto OCS-Afganistán«, cuya próxima reunión se celebrará en China.
Obviamente esto es algo que tratan de evitar por todos los medios los «amos del mundo». En realidad desde enero de 2016 existe un Grupo de Coordinación Cuadrilateral (QCG, por sus siglas en inglés) formado por Afganistán, Pakistán, China y Estados Unidos que busca «encontrar una solución política al conflicto afgano». Pero, como decía anteriormente, a pesar de su retórica es evidente que la verdadera intención de Washington es justo la contraria a la que se pretende alcanzar oficialmente en dicho grupo.
Así que, ante la falta de avances debido al boicot de Estados Unidos, China (junto a sus socios «multipolares») ha decidido impulsar un plan de paz paralelo junto a Afganistán y Pakistán fuera del alcance estadounidense. Rusia lleva meses trabajando en la misma línea, manteniendo contactos con los talibanes y con el gobierno de Kabul para lograr un acuerdo. La enorme influencia de Rusia en Afganistán es reconocida (y temida) incluso por sus enemigos, como puede comprobarse en un artículo publicado en enero de este año en la web estadounidense Foreign Affairs (órgano de propaganda del Council on Foreign Relations, CFR) firmado por Julia Gurganus, una oficial de inteligencia de Estados Unidos experta en Rusia y Eurasia: Russia’s Afghanistan Strategy.
Los planificadores del imperio parecen sentirse impotentes ante la «flexibilidad» estratégica de Rusia en Afganistán, lo cual significa que Moscú es reconocido como un interlocutor válido por todas las partes en conflicto, al igual que China como señalaba anteriormente. Por otro lado queda claro que desde el punto de vista del imperialismo norteamericano invertir en el desarrollo integral de Afganistán, alcanzar un acuerdo de paz y eliminar el terrorismo suponen un grave problema si con ello Washington ve amenazado su liderazgo regional y global. Sus prioridades están claras. El artículo de Julia Gurganus no tiene desperdicio.
«La mayor participación de Rusia en Afganistán incluye propuestas de inversión empresarial, alcance diplomático, programas culturales y apoyo financiero y militar para el gobierno central, agentes de poder en el norte y los talibanes. (…). Peor aún, la participación de Rusia en Afganistán reducirá directamente los intereses de Estados Unidos. (…). El compromiso de Rusia con los talibanes ha envalentonado al grupo que más ha hecho para evitar que el gobierno central consolide el poder. De esta forma, Moscú espera alcanzar dos objetivos a la vez: mantener a Afganistán en gran medida libre de terroristas que puedan amenazar a Rusia o sus vecinos, y aprovechar la retirada de los Estados Unidos para establecerse como una gran potencia mundial». [Russia’s Afghanistan Strategy,- Julia Gurganus, Foreign Affairs, 2/1/2018]
El resultado de todo esto es que Estados Unidos puede llegar a «empantanarse» en Afganistán [8] si China y Rusia (+OCS) logran aislarlo diplomática y políticamente. Por ahora parece que Nueva Delhi sigue siendo la única alianza «confiable» y de peso con la que puede contar Washington en la región en estos momentos, a pesar de que India es miembro de los BRICS, de la Organización para la Cooperación de Shanghái (donde India está dialogando y cooperando con Pakistán) o de sus recientes acuerdos estratégicos firmados con Irán, especialmente en lo referente al puerto iraní de Chabahar.
¿Puede la India («el pájaro de oro») permitirse el lujo de auto-excluirse del imparable proyecto integrador euroasiático sólo por intentar complacer los intereses particulares de los imperialistas norteamericanos? La ecuación India – que se mantiene en un difícil equilibrio entre dos mundos enfrentados – sigue siendo una incógnita sin despejar.
«India, por primera vez más allá de Bhután y Nepal, invertirá en un país extranjero, Irán, a través de su propia moneda nacional para evitar cualquier problema que surja de las inminentes sanciones de Estados Unidos contra Irán, que prohíbe al país comerciar en dólares y euros. (…). Las inversiones indias en rupias se convertirán en riales iranís a través de un mecanismo bancario que permite realizar estas inversiones de la India, incluido las del puerto de Chabahar.
India, que comenzó a operar en el puerto de Chabahar (en la costa sudeste de Irán) como una forma de obtener acceso a Afganistán, está ayudando a expandir el complejo portuario, que será la puerta de entrada de Delhi a Asia Central y más allá. Nueva Delhi tiene como objetivo desarrollar este puerto situado en la costa sudeste de Irán como una forma de obtener acceso a los mercados de Asia Central y de Afganistán evitando así a Pakistán. El puerto está a unos 72 km del puerto paquistaní de Gwadar que China está desarrollando». [Financial Tribune, 17/2/2018]
Conclusión: Hoy en día el mundo se divide, básicamente, entre dos grandes bloques:
Aquellos países/alianzas que proponen un nuevo modelo de desarrollo económico y liderazgo político global basado en el beneficio mutuo («ganar-ganar») y en el respeto por la soberanía de los Estados/nación, y cuya implementación sólo puede darse en un escenario de paz y estabilidad local-regional-mundial.
Y aquellos otros países/alianzas (políticas-financieras-mediáticas) que se oponen a este cambio de paradigma porque perderían el enorme poder político y económico ejercido y acumulado en las últimas décadas, y necesitan fomentar la guerra, el terrorismo y la confrontación permanente para tratar de evitar este cambio a toda costa y perpetuar su viejo sistema basado en las relaciones de dominación/sumisión y en la desigualdad más absoluta entre países.
Por cierto, Donald Trump entiende perfectamente que el mundo ya es «tripolar«, de ahí sus intenciones iniciales de querer acercarse a Rusia primero y a China después para tratar de romper la alianza estratégica entre ambos o, al menos, negociar para «repartirse las áreas de influencia» mundial con ambos puesto que no puede doblegarlos por la fuerza (y mucho menos después de lo visto en el discurso de Putin del 1 de marzo). Pero los poderes globalistas del «Estado Profundo» estadounidense le han doblado el brazo al presidente y le están empujando a continuar con las viejas doctrinas belicistas-imperialistas de sus antecesores.
El desenlace de esta guerra híbrida por la hegemonía global entre el «viejo orden unipolar» liderado por Estados Unidos y el «nuevo orden multipolar» liderado por China/Rusia pasa inexorablemente por cómo se desarrollen los acontecimientos futuros en Afganistán. Una amplia mayoría de los afganos quiere engancharse a este nuevo mundo y a las múltiples expectativas de prosperidad que este nuevo paradigma global les ofrece.
Sin embargo, al igual que ocurriera en Libia, Siria o Irak, es más que previsible que los grupos terroristas takfirís/wahabís (pagados en petrodólares) le hagan el trabajo sucio al ejército estadounidense asesinando a quienes buscan la paz y atentando contra sus proyectos e inversiones en Afganistán. Si se logra estabilizar Asia Central bajo el liderazgo euroasiático, su inercia se extendería después a Oriente Medio y el Norte de África, cerrando así exitosamente el círculo trazado en la Nueva Ruta de Seda.
En relación a esto último, resultan de suma importancia las recientes declaraciones realizadas por el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Javad Zarif, durante su visita de tres días a Pakistán. Desde allí Zarif declaró que Irán apoyaría a Arabia Saudí en caso de que éste sufriera una agresión extranjera (en clara alusión al caso de Siria) y volvió a tender la mano a Riad para establecer un diálogo entre ambos países que contribuya a la paz y la estabilidad regional. Un acuerdo de paz para Yemen sería probablemente el siguiente paso.
En un gesto conciliatorio, el ministro de Relaciones Exteriores, Mohammad Javad Zarif, dijo el lunes que Irán será el primero en apoyar a Arabia Saudita en caso de que el reino sufra una agresión extranjera. «Espero que ellos (los sauditas) tengan el mismo sentimiento y estén listos para salvar las diferencias», dijo Zarif en una conferencia de prensa en Islamabad, Pakistán. Señaló que Irán considera la seguridad y la estabilidad de los países vecinos como propias. El jefe de la diplomacia también dijo que Teherán ha anunciado que está listo para comenzar las conversaciones con Arabia Saudita sobre asuntos polémicos. «El problema es que los sauditas piensan que es beneficioso para ellos que el mundo considere que Irán es una amenaza contra Arabia Saudita». (…) «No hay razón para la hostilidad entre Irán y Arabia Saudita». [Tehran Times, 13/32018]
Por lo tanto, la alianza de carácter estratégico entre Irán y Pakistán también está en la diana del imperialismo. Por su parte India está siendo fuertemente presionada por Washington para enfrentarla contra China; el presidente Modi debe obedecer y cooperar en la guerra híbrida estadounidense en la región, salvo que quiera formar parte del «eje del mal» en el futuro (un «eje del mal» euroasiático donde realmente la India tiene mucho más que ganar y del que ya forma parte de facto, a pesar de mantener su complicidad belicista con Estados Unidos). Cortar la alianza estratégica de Rusia y China es el gran objetivo de fondo del imperialismo terrorista occidental.
En definitiva, tras el fracaso de la estrategia imperialista en Irak y Siria («Para salvar a los sirios, dejar que Assad gane«, escriben ahora con gran cinismo desde The Washington Post), unido a un previsible acuerdo de paz en la península de Corea que deja desnudo a Washington, se trata ahora de utilizar Afganistán como trampolín para romper por todos los medios la integración euroasiática que amenaza la vieja hegemonía mundial occidental. Siguen soñando con dominar Eurasia para dominar el mundo.
REFERENCIAS – NOTAS
[1] Meet the Believers: The Afghanistan War’s US Commanders are Ready For a Reboot,- informe de Kevin Baron, editor ejecutivo de Defense One (5/2/2018)
[2] China’s latest move in the graveyard of empires,- un análisis de Pepe Escobar (Asia Times, 9/2/2018)
[3] Pakistán entra en el Círculo Dorado euroasiático,- Mirador Global, 16/1/2018
[4] Countering the Quad: Chinese-Pakistani Relations,- artículo del escritor y analista geopolítico Ulson Gunnar (New Eastern Outlook, 12/2/2018)
[5] The US Wants The World To Think Its Afghan War Is A Quagmire – It Isn’t – It Is Something Far Worse,- artículo de Adam Garrie (Eurasia Future, 15/2/2018)
[6] Who is afraid of peace in Afghanistan?,- artículo del ex-diplomático indio y analista internacional MK Bhadrakumar (Indian Punchline, 14/2/2017)
[7] Afghanistan – A Pipeline, Peace And Many Spoilers,- Moon of Alabama (2/3/2018)
[8] Vietnam and Afghanistan Wars: Does History Repeat itself or Rhyme?,- recomiendo la lectura de este profundo análisis comparativo entre las guerras de Vietnam y Afganistán realizado por Jamal Hussain, ex-comandante de la Fuerza Aérea de Pakistán entre 1966 y 1997, donde explica porqué Estados Unidos podría repetir actualmente los mismos errores que cometió en el pasado (Global Village Space, 17/2/2018).
Magnífico análisis como todos los suyos. Resulta muy difícil sintetizar en un solo artículo la enorme cantidad de intereses contrapuestos que es preciso tener en cuenta para llegar a conclusiones acertadas que no sean una simplificación de la realidad. Es muy cierto que la estrategia estadounidense ha fracasado en Siria, después de haber producido una hecatombe humanitaria y destrozado el país, pero me mantengo en el temor de que los americanos no se saquen otro ataque químico de la chistera que sirva de excusa a Washington y a sus vasallos de la OTAN, fundamentalmente el Reino Unido y Francia. Gracias por sus comentarios, que suponen una extraordinaria fuente para la reflexión serena y, desde luego, para la mejor comprensión de los malos tiempos que corren. Le puedo asegurar que en España la desinformación es completa, pues todos los medios de comunicación son meros transmisores de los dictados de la OTAN.
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Sin duda que se producirán nuevos ataques químicos de falsa bandera en Siria, o se simularán, pero el problema para la OTAN es que lanzar un ataque “humanitario” posterior contra Damasco equivale a declarar la guerra directa contra Rusia. Por eso no lo han llevado a cabo en 7 años de guerra terrorista. Y mucho menos lo harán a día de hoy después de que Rusia presentara su nuevo armamento. Van a intentarlo, sin duda, y tratarán de eternizar la inestabilidad en Siria, pero los planificadores imperialistas ya cuentan con que sus planes para Siria han fracasado. Ahora utilizarán otras estrategias e intensificarán la campaña mediática contra Siria y Rusia. La audiencia ignorante seguirá creyendo sus mentiras y aumentando su odio a Al-Assad y Putin, apoyando con ello a los mayores criminales del mundo: EE.UU/OTAN y sus aliados sionistas y wahabís. Gracias por tus palabras José, un saludo.
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